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La evolución religiosa de Constantino y su transformación en emperador cristiano
El cristianismo llegó a ser el pilar religioso predominante en la sociedad romana, pero, ¿Cómo sucedió esto? En esta nota, Enrique Gaytán Ramírez propone analizar el paso de la persecución del cristianismo en el imperio, a la consolidación de éste como centro de las políticas del emperador Constantino.

En esta nota veremos cómo el cristianismo dejó de ser un credo perseguido por las autoridades políticas del Imperio Romano para convertirse en el centro de las políticas religiosas del emperador Constantino.

Constantino nació en Naissus (actual Nish), tal vez en 272 o 273 d.C., hijo de Constancio Cloro y Minervina. Gobernó a partir del 306 d.C., después de que las tropas de su padre lo declararan augusto del Imperio Romano de Occidente. Gobernó hasta su muerte en el 337 d.C1. El encuentro de Constantino con el cristianismo marca el momento en el que los cristianos dejan atrás un periodo de persecución imperial y se convierten en el centro de las políticas religiosas del emperador.

Alrededor de Constantino se ha creado un debate historiográfico, conocido como la problemática de Constantino, que busca dilucidar los motivos por los cuales el emperador favoreció al cristianismo. En este sentido el presente texto busca dar respuesta a las siguientes preguntas: ¿cómo es que el cristianismo dejó de ser una religión ilícita a través de las intervenciones de Constantino? y ¿Cuáles fueron los motivos detrás de estas intervenciones? Para responderlas, vamos a centrarnos en el camino que recorrió Constantino hasta convertirse en cristiano y en las distintas políticas religiosas mediante las cuales favoreció al cristianismo.

El primer encuentro de Constantino con el cristianismo lo podemos fechar para fines del 303 d.C. durante el mandato del emperador Diocleciano2. Diocleciano decretó una persecución oficial a través de la promulgación de cuatro edictos contra los cristianos: el primero ordenaba la destrucción de sus edificios de culto, el segundo iba dirigido contra los clérigos, el tercero permitía someter a tortura a los cristianos que no abjurasen de su fe  y el cuarto, obligaba a todos los súbditos del Imperio a ofrecer sacrificios en honor de los dioses romanos bajo pena de muerte3.

A partir de este momento, el acercamiento de Constantino fue un proceso progresivo que incluyó varias etapas: seguimiento de la religión tradicional romana, apego a una divinidad desconocida  y, finalmente, su conversión al cristianismo.

El 305 d.C. fue testigo de la primera etapa religiosa de Constantino. Asume el título de Herculius al ser declarado emperador por las tropas de su padre.  Para Fernández esto es importante ya que “parece indicar que Constantino comulgaba con los principios teológicos de la tetrarquía”4.

La segunda etapa religiosa del emperador comienza cuando desconoce a Majencio como emperador de Occidente, y decide fundar una dinastía propia bajo la protección de una deidad desconocida. Seguido de esto, se enfrenta a Majencio en la famosa batalla del Puente de Milvio (312 d.C.). Al salir vencedor proclama que había vencido gracias a la inspiración divina y a la intervención de un dios desconocido5.  El término “inspiración” resulta ambiguo, no hay coincidencia entre las dos principales fuentes antiguas que narran los hechos, y que describen los supuestos símbolos que lo llevaron a la victoria: el crismón, la cruz ansata, y el labarum. En este sentido la numismática (Disciplina que estudia las monedas y medallas, principalmente las antiguas6) nos ayuda a poner los pies sobre la tierra. Por ejemplo, nos indica que el crismón7 en las medallas emitidas en la época simboliza un “rango imperial” y no religioso8.

Tras su victoria en Milvio, Constantino se reúne con Licinio en Milán en el 313 d.C. Ambos emperadores acuerdan otorgar la libertad de culto en el imperio. A partir de este momento el fervor religioso de Constantino se eleva y su acercamiento al cristianismo se hace cada vez más palpable.

Lo anterior queda de manifiesto durante la querella donatista en la cual Constantino se pronuncia a favor de Ceciliano como obispo legitio de la ciudad de Cartago9. Este conflicto fue un “problema disciplinario provocado por la elección de Ceciliano como Obispo de Cartago en el 312, sin embargo, una mayoría de fieles impugnó la elección y consagró obispo a Donato”10.

Ya para la última etapa religiosa del emperador, Constantino hace oficial su adhesión al cristianismo y se vuelve un mediador sobre temas teológicos cismáticos entre iglesias. Su adhesión se oficializa el declarar que “Cristo le había librado de los males y mostrado una enseñanza que le procuraba la protección y salvación personal a él y a todos los que estuvieran dispuestos a obtenerla”11. Posteriormente, Constantino participa y apoya el concilio de Nicea del 325 d.C., en el que se definió una fórmula de la fe (credo) y el establecimiento de la fecha de pascua. Constantino sella su fervor cristiano con broche de oro al ser bautizado en su lecho de muerte en el 327 d.C.

Podemos decir que las principales acciones que realizó Constantino después de abandonar la Tetrarquía y que propiciaron la transformación del cristianismo en una religión lícita fueron: la declaración de la libertad de culto, su participación en las querellas donatista y arriana, la definición del credo y la fecha de pascua durante el concilio de Nicea.

De acuerdo con Moreno podemos hablar de una conversión “con todo rigor conceptual”, ya que si Constantino abandonó la religión tradicional romana “fue porque el cristianismo le había resultado más eficaz en la guerra, en la política, en general, en la vida”12, además de ser una herramienta para lograr cierto acuerdo y estabilidad política en el imperio. En este sentido, Fernández señala que Constantino se acercó al cristianismo por voluntad propia13. Sin embargo, para Balmaceda, las intervenciones de Constantino en los asuntos de los cristianos son acciones que también estuvieron motivadas en “su compromiso con el cumplimiento de los deberes y funciones que le correspondían como emperador”14 , y bajo la potestad específica que le otorgaba su cargo de pontifex maximus: asegurar la pax deorum, modificar el calendario, mantener la unión del imperio. Pero, si miramos estas “intervenciones” en su tiempo, eran parte de las tareas esenciales de la autoridad imperial.

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