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Rocky IV: Guerra Fría para dummies
Probablemente hayas visto Rocky IV o hayas escuchado hablar de la guerra fría. En esta nota, Franco Arias analiza el filme de Sylvester Stallone como emergente cultural de su contexto histórico a través de las herramientas que brinda la semiología.

Introducción

A más de treinta años de su estreno, Rocky IV permanece en la memoria como una película altamente entretenida con notables momentos de acción, patriotismo sobredimensionado y alta carga ideológica. La película es el resultado de un contexto de producción histórico específico. Por ello, nos apoyaremos en ideas provenientes de la semiología para plantear los discursos y significaciones que atraviesan la película.

La Guerra Fría elevada al absurdo

Iniciada al finalizar la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría significó un conflicto ideológico, político y económico entre el bloque oriental socialista, bajo la guía de la Unión Soviética, y el bloque occidental capitalista, liderado por Estados Unidos. Aunque el antagonismo nunca llegó a un encuentro de guerra directa, sí comprendió un conflicto que tuvo ecos en el terreno científico, deportivo y cultural.

Tras décadas de tensión, con la crisis de los misiles de 1962 como momento más crítico, para los años posteriores a 1980 la Unión Soviética se convirtió en un espectro de lo que alguna vez fue, con sus estructuras políticas y económicas desplomándose frente a los ojos del mundo. Tras el ascenso de Gorbachov, con su glasnost y perestroika de por medio, quedaba claro para el gobierno de Reagan que los rusos ya no representaban la amenaza de antaño. A pesar del deshielo propuesto por ambos líderes, Hollywood se mantuvo —y mantiene, al ver el caso reciente de la serie Stranger Things— explotando el fantasma rojo.

En este contexto, se estrenó la cuarta entrega de la mayor saga de boxeo. Con un presupuesto estimado de USD 30 millones y una recaudación de más de 300 millones1, Rocky IV fue un éxito en taquilla y se convirtió en la película más célebre de la franquicia. El film —escrito, dirigido y protagonizado por Sylvester Stallone— aunque celebrado por su coreografía pugilística y su banda sonora, fue criticado por su nivel de propaganda. La obra está cargada de un patriotismo burdo que, al contar con un Stallone careciente de cualquier tipo de sutileza, se torna por momentos insultante.

Permítanme ser autorreferencial y hacer uso de la primera persona del singular —algo que me genera el mayor de los desprecios pero que considero acorde en este artículo— para poder aclarar mi postura. Mi intención no es vapulear la película de Stallone, a la cual, confieso, le reservo un cariño especial. La saga como tal es mi favorita, y el propio Stallone estuvo en mi olimpo de ídolos durante mi adolescencia. Sin embargo, al ser un estudiante de historia con pretensiones de especializarme en Rusia, me resulta imposible ignorar toda la parafernalia que rodea a la película.

Tan sólo la imagen de la cartelera sirve como una declaración de intenciones. En el artículo «Retórica de la imagen», Roland Barthes propone un modelo de estudio de las imágenes en clave semiológica. Siguiendo esta línea, sostiene que en el análisis de una imagen conviven tres estructuras. La primera, el mensaje lingüístico, se refiere al aspecto escrito. En el cartel se lee el signo “Rocky IV” como leyenda central y por debajo la enumeración de parte de los involucrados en la realización de la película. La segunda, la imagen denotada, implica el mensaje literal de la fotografía. Con respecto a esto último, se observa a dos hombres alzando a un tercero, que luce guantes de boxeo y shorts con los colores estadounidenses, envuelto a su vez en la bandera del mismo país. La tercera estructura que remarca Barthes es la imagen connotada. Ésta responde a códigos culturales o simbólicos. La imagen denotada y la imagen connotada están íntimamente relacionadas ya que “el mensaje literal aparece como el soporte del mensaje <simbólico>”2. El cartel publicitario se compone de un modo similar a una pintura. La postura del boxeador, en ascenso y con la mirada hacia arriba, evoca la iconografía presente en la Victoria de Gustav Richter de 1878 o en la escultura Il Trionfo politico de Giovanni Nicolini localizada en el puente Vittorio Emanuele II. La escena representa el triunfo de un hombre que se alza frente a la adversidad. Sin embargo, la incorporación de la bandera relativiza su individualidad: la victoria es la de un boxeador estadounidense o, por extrapolación, de Estados Unidos.

Enfocándonos en la película, la escena de apertura nos brinda el tono de la obra: dos guantes, cada uno embellecido por los colores estadounidenses y soviéticos, chocan entre sí para hacer explícita la analogía de la Guerra Fría. Los paralelismos entre los boxeadores y sus respectivas naciones nos acompañan durante los 90 minutos que dura la película. Rocky entrena en medio de la estepa siberiana rodeado por sus seres queridos, mientras que Drago lo hace encerrado en un gimnasio con poca luz, conectado a cables y haciendo uso de drogas para mejorar su rendimiento. En esta secuencia se hace inteligible la dicotomía natural-antinatural de los personajes.

Antes de pelear contra Rocky, Drago se enfrenta a Apollo Creed. Éste sube al cuadrilátero rodeado por música, juego de luces y una sobrecarga de los colores azul, blanco y rojo. Se ha cuestionado mucho este segmento, pero, como es algo propio del personaje —en Rocky I tuvo una entrada similar— decidimos no extendernos en este acontecimiento. Luego de la presentación de James Brown cantando, como no podía ser de otra forma, su éxito Livin’ in America, se da inicio a la pelea. Tras unos minutos de coreografía, Drago asesina a Creed frente a los ojos de un Rocky atónito que no llega a arrojar la toalla. Dentro del mundo cinematográfico de Rocky Balboa, contando desde la primera estrenada en 1975 hasta la última titulada Creed II de 2019, el ruso es el único personaje que asesina a un oponente.

El combate a modo de venganza entre Rocky y Drago se lleva a cabo en territorio soviético. En el choque de guantes, el ruso pronuncia “I must break you” (“Debo romperte”) mirando fijamente a Rocky. Siguiendo la teoría de la enunciación de Emile Benveniste, “es en y por el lenguaje como el hombre se constituye como sujeto”3. A través de la enunciación, el enunciador (en este caso, Drago) construye su mundo a la vez que se construye a sí mismo. En este sentido, es menester comprender el posicionamiento discursivo de Drago: el boxeador deja entrever en su enunciado el lugar de poder que ocupa. Su formulación adquiere significación al interpretar la situación extralingüística que vive; su contexto situacional, rodeado por sus compatriotas y en representación de una nación —y de un régimen político—, convierte la victoria no sólo en una obligación, sino que además el acto es una exigencia exterior a él mismo.

A lo anterior se le suma la caracterización del régimen soviético, algo mucho más obvio y que prescinde de un análisis exhaustivo. En la noche de la pelea, el público soviético difiere en demasía del estadounidense; no sólo parece alienado, sino que está integrado en su mayoría por hombres del Partido Comunista soviético. Simultáneamente, Drago vive rodeado por los burócratas del Partido quienes, al ver próxima la derrota del boxeador, lo abandonan. Todos estos aspectos laboran como construcciones de sentido para generar la imagen de un régimen opresor.

Una vez finalizado el combate y aún en el ring, Balboa pronuncia un discurso a modo de cierre. Aunque sus palabras guardan una intención conciliadora, ya que llama a un cambio, estas se disuelven en las aguas propagandísticas que inundan la película.

Conclusión

En el año 2021, en conmemoración por su trigésimo sexto aniversario, la película fue remasterizada. En esta edición se intentó fallidamente aminorar el nivel propagandístico. A pesar de que se eliminaron algunas escenas, como el choque de guantes inicial, el tono general de la película se mantuvo.
Rocky IV se convirtió en el ejemplo por antonomasia de la propaganda anticomunista propuesta por Estados Unidos. Su producción es un registro sintomático de la percepción —y la construcción— occidental del coloso soviético. La obra incorpora una serie de críticas subyacentes hacia Drago como “instrumento” utilizado a favor de la Unión Soviética, pero, de forma paradójica, es el propio Rocky quien, consecuente con la película, se convierte en un “instrumento” estadounidense.

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