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La clase trabajadora ayer y hoy
Ramiro Segovia nos ofrece una reflexión histórica acerca de la clase trabajadora como sujeto social y político. Para ello, analiza el rol que tuvo el peronismo en su constitución como actor de peso y su crisis actual.

La irrupción de la clase trabajadora – Los años peronistas

En los años ´30, la Argentina empezó profundizar el proceso de industrialización por sustitución de importaciones iniciado en las primeras décadas del siglo. El proceso tenía como epicentro la Provincia de Buenos Aires y como trasfondo demográfico un creciente flujo de migrantes internos al área metropolitana de Buenos Aires que tanto se nombra en estos días. Entre mediados de los ´30 y mediados de los ´40 la cantidad de establecimientos fabriles se había más que duplicado, al igual que la masa de trabajadores de ese rubro1. Sin embargo, a pesar del distintivo peso demográfico y económico de la clase obrera argentina respecto a la media latinoamericana, los trabajadores sufrían de la marginación política y social. El hacinamiento de las familias trabajadoras escalaba al 60%, las organizaciones obreras estaban política, identitaria y gremialmente fragmentadas, al mismo tiempo que sólo englobaban al 20% de las masas trabajadoras urbanas2. A partir de 1943, desde la Secretaría de Trabajo y Previsión, Perón se encargó de dar respuesta a numerosas demandas sindicales, así como a socavar la influencia de los sectores de izquierda, impulsando, simultáneamente, una agremiación masiva de la clase trabajadora, que llegó a duplicar su porcentaje de sindicalización para fines del segundo mandato presidencial de Perón3. Fue fundamental para este proceso la Ley de Asociaciones Profesionales sancionada por decreto en 1945, que legitimó como derecho la negociación colectiva entre sindicatos y patronales. Asimismo, la Ley incluía cláusulas de protección a los dirigentes gremiales, impidiendo sus despidos y ofreciéndoles un acceso privilegiado al Estado como nunca antes. Uno de los aspectos más polémicos de la Ley fue la imposición del reconocimiento de una personería gremial monopólica por actividad económica emitida desde el Ministerio de Trabajo y Previsión. Los efectos de esta medida eran paradójicos, ya que propiciaba el control y la injerencia estatal en los sindicatos, pero al mismo tiempo aseguraba su fortaleza a través de la unidad y la centralización de los mismos. Además, las negociaciones realizadas por el sindicato reconocido se extendían al conjunto de los trabajadores del sector4. Esto le aseguró a la Clase Obrera su reconocimiento en la esfera de la producción con una particularidad histórica: no solo adquirió poder de decisión en lo que refiere a las condiciones de trabajo, sino que también se incorporó a la vida política nacional como columna vertebral del emergente Movimiento peronista5. Esta particularidad consolidó a los trabajadores como fuerza social, con derechos laborales y sociales; como fuerza económica, convirtiéndolos en sujetos legítimos de reclamar por la justa distribución económica; y como fuerza política, al precio de subordinarse a la conducción de Perón, a pesar de la resistencia de importantes líderes de la vieja guardia sindical, que buscaron mantener la autonomía trabajadora a través del infructuoso Partido Laborista. Estos intentos de autonomía fueron apagados con éxito, debido, en parte, al alto grado de identificación de las bases con Perón. El resultado del proceso fue una incorporación de los trabajadores al Estado Justicialista, que se proponía organizar de forma corporativa grandes esferas de la economía y la sociedad. A la par que se cercenaba la independencia de la clase obrera, se entretejía un Estado con importantes prestaciones sociales al que los sindicatos tenían un acceso privilegiado.

La transformación en su tiempo

Si queremos pensar el impacto de estas transformaciones, debemos inscribirlas en su contexto. La década previa era recordada como un tiempo de frustración y humillación para muchos trabajadores6. El peronismo logró darle expresión pública a esa frustración hasta entonces de carácter exclusivamente privado. De este modo, logró transformarla articulándola en un discurso herético pero a la vez contenido y legitimado desde la autoridad estatal7. Pero… ¿De qué hablamos cuando hablamos de herejía? Nos referimos a las resignificaciones y subversiones simbólicas de las jerarquías sociales que tuvieron lugar, sobre todo entre 1945 y 1946. Los símbolos de las masas en la Plaza de Mayo, de donde hasta ese momento muchos obreros eran echados por no vestir adecuadamente (es decir, por ser “descamisados”), la reivindicación de esa misma condición en una inversión positiva del símbolo y el carácter burlón y carnavalesco con el que los trabajadores se apropiaron del espacio público son muestras de este lugar de herejía con el que la clase trabajadora irrumpió el 17 de octubre en defensa de quien creían el garante de sus avances sociales. Estas escenificaciones del cuerpo social tuvieron un fuerte impacto en el autoestima del trabajador, devolviéndole su virilidad, dignidad, orgullo y sentido del respeto propio, por no mencionar el sentimiento de solidez e importancia de su clase para la Nación, constantemente reafirmado por los labios de Perón8. En este sentido, es interesante cómo el discurso peronista reconocía a los trabajadores como parte de una unidad indivisible que era la Nación, pero a la vez, la clase trabajadora ocupaba un lugar protagónico en esa representación de la comunidad política, llegando a igualar por momentos las nociones de Nación, pueblo y pueblo trabajador. Sin embargo, también cabe señalar lo que James llama “los límites de la herejía”, que podríamos resumir en el rol desmovilizador que a su vez tuvo el peronismo en sus años de gobierno. Sería errático creer que este esfuerzo fue unilineal y que no respondía a deseos de muchos trabajadores de estabilidad y rutina. Pero no es menos cierto que esto estuvo enfatizado desde el Estado con máximas como “de la casa al trabajo y del trabajo a la casa”, o con prédicas como las de la cooperación y convivencia entre capital y trabajo. Lo cierto es que la Argentina de los ´40 y ´50 se encontró con un Estado corporativo que rearticuló el concepto de ciudadanía desde una perspectiva de clases (ya no sólo de individuos), incluyendo ese concepto el cumplimiento de prerrogativas sociales por parte del Estado y la participación de los trabajadores como fuerza social dentro del mismo.

Los impactos de la transformación

Si ponemos un ojo sobre los los aspectos subjetivos -el autoestima de clase, el sentido de respeto propio y dignidad, conciencia de sí y de los propios derechos- y el otro ojo sobre los objetivos -participación en prácticamente el 50% del ingreso nacional, espacios de decisión política, solidez institucional, la constitución de un actor ineludible de la vida pública-, podremos ver cómo la clase obrera durante el peronismo terminó de conformarse como tal. Más allá de la violenta represión que marcó muchos de los años de proscripción posteriores al golpe de 1955, lo cierto es que los trabajadores tuvieron -no sin altibajos- gran capacidad de defender una parte nada despreciable de los espacios conquistados, por lo menos hasta la última dictadura militar. De tal impacto fueron los cambios atravesados por la clase trabajadora y la sociedad en su conjunto, que aún hoy en día se discuten los alcances que tuvo el peronismo.

Aquél pasado en nuestro tiempo

La Historia muchas veces sirve para problematizar nuestro presente. Mirando en perspectiva, podríamos preguntarnos sobre lo distante que se encuentra la Argentina hoy de contar con una fuerza social sólida de la clase trabajadora. En cuanto a lo organizativo, actualmente es visible un alto grado de fragmentación, así como simultáneamente se hace estable una creciente masa de trabajadores informales que dificulta su constitución como actor social y político para pujar por la distribución del ingreso nacional. Por otro lado, esta situación de debilidad de las clases trabajadoras convive con una significativa, aunque no indiscutida, representatividad electoral del del peronismo. Esta mirada histórica de la conformación de la clase obrera y su relación con el peronismo nos permite dar cuenta de la ausencia en la agenda pública de los debates acerca de transformaciones del Estado y de las estructuras gremiales que permitan una reaparición de las clases trabajadoras como fuerza social ineludible. Sería entonces enriquecedor reparar en las dificultades que hay en la actualidad para pensar las bases de una transformación de la sociedad Argentina como la que se vivió en los años ´40, acorde a nuestro tiempo.

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