¿Cómo podemos realizar un estudio historiográfico a través de fuentes periodísticas? ¿Son suficientes para reconstruir la Historia? ¿Qué aspectos desea el autor de la fuente que perduren en el tiempo y cuáles pretende que sean olvidados para mantener el “orden natural” de las cosas que describe?
Las fuentes periodísticas presentan una complejidad particular para el historiador al momento de utilizarlas para su investigación ya que, si bien nos permiten un acercamiento fáctico al pasado, por lo general responden a grupos concentrados de poder.
Mi interés en este sentido tiene que ver con la manera de determinar la veracidad o mitificación de los discursos subyacentes en las fuentes periodísticas. Las fuentes contribuyen a la creación de un inconsciente colectivo que no siempre coincide con la historia real de los acontecimientos. Este comentario buscará encontrar la manera de, utilizando fuentes periodísticas, reconstruir el pasado divisando todos los actores involucrados en los sucesos que someteremos a la investigación. Para intentar alcanzar mi objetivo utilizaré fragmentos del texto de la autora Silvia Sigal “La Plaza de Mayo, una crónica” y de “Mitologías” de Roland Barthes. Espero, para al final de mi argumentación, lograr un aporte a las investigaciones futuras a partir de una utilización eficiente de las fuentes periodísticas en la historiografía.
Mitificación de las clases subalternas
Silvia Sigal, historiadora y socióloga argentina, realizó un original análisis sobre la Plaza de Mayo como escenario político demarcado por manifestaciones sociales. A través del uso de las crónicas narra de qué manera los sectores populares se “apropian” y resignifican la Plaza, o las plazas, como prefiere llamarla la autora. Es allí donde los sectores subalternos comenzaron a ser visibilizados, en muchos casos a través de la mitificación por parte de la sociedad burguesa que determina históricamente lo “moralmente aceptado” y, para ello, genera una distorsión de la realidad utilizando las fuentes periodísticas y un discurso hegemónico liderado por sus propias fuerzas.
Sigal, luego de una investigación basada en crónicas sobre la manifestación social acontecida el 17 de octubre de 1945, advierte dos puntos que le llaman la atención: su desorganización y la parcialidad en las crónicas. Los partidos políticos aludían a que semejante congregación sólo podía llevarse a cabo como resultado de la organización, refutado esto por la autora en su investigación. Asimismo, los diarios de la época coincidían tanto en el repudio de los hechos como también en el registro descriptivo de los acontecimientos. De esta forma, la moralidad del suceso fue puesta en juego. Las crónicas favorecieron interpretaciones antidemocráticas y totalitarias, denigrando el recién surgido movimiento peronista y también a sus protagonistas bajo nomenclaturas que resaltaban una visión injuriosa como hordas, malón, lumpen, chusma, etc.. Así, continúa la autora, se generó la imagen del movimiento como un candombe o un carnaval. Y es en este punto que puedo remitirme al texto de Barthes para explicar la mitificación de los acontecimientos. “Por miedo a tener que naturalizar la moral, se moraliza a la naturaleza, se finge confundir el orden político y el orden natural y se termina decretando inmoral a todo lo que impugna las leyes estructurales de la sociedad que se propone defender”1. Desde las clases dominantes se produce una alteración del reclamo legítimo que propone el manifestante, generando una oposición entre quien trabaja y quien reclama, por ejemplo. De esta forma, la protesta del 17 de octubre es mitificada y presentada por el periodismo de la época como un carnaval, a través de la construcción de un discurso en torno a la otredad desde los sectores dominantes.
Sin embargo, es imposible saber qué representaba para los protagonistas asistir a ese acontecimiento. Por lo tanto, Sigal va a teorizar las expresiones corporales, por ejemplo “las patas en la fuente”, como alteraciones del orden social. En 1945 las masas populares invadieron un territorio que, hasta entonces, pertenecía a las clases más poderosas de Buenos Aires, generando una “inversión de poder” que el periodismo buscó ridiculizar, intentando quitarle legitimidad.
La autora cita crónicas de distintos diarios del interior donde se describe la protesta. A modo de ejemplo podemos citar un fragmento de la noticia que dio del suceso el diario La Capital, de Rosario:
“Vióse a hombres vestidos de gauchos y mujeres de paisanas (…) muchachos que transformaron las avenidas y plazas en pistas de patinaje, y hombres y mujeres vestidos estrafalariamente, portando retratos de Perón (…) Hombres a caballo y jóvenes en bicicleta, ostentando vestimentas chillonas, cantaban estribillos y prorrumpían en gritos”.2
Estas mismas palabras se repetían una y otra vez por diferentes diarios del interior argentino. Con anterioridad me referí a la investigación que la autora realizó para complementar las fuentes periodísticas unísonas que registraron este momento histórico en Argentina. Sigal concluye que algunas de las acciones que se habían registrado, en realidad, no habían existido. Tal es el caso de las pistas de patinaje. Simplemente se mitificó la protesta desde el espanto establecido por las clases dominantes, fruto de la visibilización naciente de las masas subalternas que estaban ganando terreno en la política argentina a través de la figura de Perón.
Leer entre líneas
“Mi solución, pragmática, consistió, por una parte, en armar un puzzle a partir de fragmentos verosímiles de información sobre la existencia y la forma material de las demostraciones. Por la otra, en tratar a los diarios como testimonio de la opinión dominante, de los deseos del poder o de la oposición política; dicho de otro modo, a convertirlos en fuente de objeto”3.
Concluyendo, las fuentes periodísticas nos ayudan a investigar y reconstruir el pasado pero suelen responder a sectores del poder político dominante y esto trae como consecuencia que lxs investigadorxs tengamos que prestar una máxima atención a qué no se dice, qué se dice de manera repetitiva y sincrónica en varias versiones que narren un mismo hecho y, si es posible, ampliar las fuentes con otras que se opongan a ella, con los verdaderos protagonistas de los sucesos en el mejor de los casos. Si no hacemos esto caeremos en la posibilidad de no oír las voces que fueron acalladas o que fueron actores mitológicos si se quiere, pensándolos en los términos de Barthes. Es importante, entonces, hacer una lectura entre líneas de dichas fuentes, prestando atención a los sucesos mitificados porque, probablemente, en ellos nos encontremos con las voces que desordenaron el “orden natural de las cosas”. Donde hay desorden, hay objeto de estudio para lxs historiadorxs.